ESTUDIO
BIBLICO COMPLETO DE: La
alabanza
POR
WATCHMAN NEE
CAPITULO
1
Lectura bíblica: Sal.
22:3; 50:23; 106:12, 47; 146:2; He. 13:15
La alabanza
constituye la labor más sublime que los hijos de Dios puedan llevar a cabo. Se
puede decir que la expresión más sublime de la vida espiritual de un santo es
su alabanza a Dios. El trono de Dios ocupa la posición más alta en el universo;
sin embargo, Él está “sentado en el trono / Entre las alabanzas de Israel”
(Sal. 22:3). El nombre de Dios, e incluso Dios mismo, es exaltado por medio de
la alabanza.
David expresó en un salmo que él oraba a Dios tres veces al día (Sal. 55:17).
Pero en otro salmo, él dijo que alababa a Dios siete veces al día (119:164).
Fue por inspiración del Espíritu Santo que David reconoció la importancia de la
alabanza. Él oraba tres veces al día, pero alababa siete veces al día. Además,
él designó a algunos levitas para que tocaran salterios y arpas a fin de
exaltar, agradecer y alabar a Jehová, delante del arca del pacto (1 Cr.
16:4-6). Cuando Salomón concluyó con la edificación del templo de Jehová, los
sacerdotes llevaron el arca del pacto al interior del Lugar Santísimo. Al salir
los sacerdotes del Lugar Santo, los levitas situados junto al altar tocaban
trompetas y cantaban, acompañados de címbalos, salterios y arpas. Todos juntos
entonaban cantos de alabanza a Jehová. Fue en ese preciso momento que la gloria
de Jehová llenó Su casa (2 Cr. 5:12-14). Tanto David como Salomón fueron
personas que conmovieron el corazón de Jehová al ofrecerle sacrificios de
alabanza que fueron de Su agrado. Jehová está sentado en el trono entre las
alabanzas de Israel. Nosotros debemos alabar al Señor toda nuestra vida.
Debemos entonar cantos de alabanza a nuestro Dios.
I. EL SACRIFICIO DE ALABANZA
La Biblia presta
mucha atención a la alabanza. El tema de la alabanza se menciona con frecuencia
en las Escrituras. Salmos, en particular, es un libro en el que abundan las
alabanzas. De hecho, en el Antiguo Testamento, el libro de Salmos es un libro
de alabanza. Así pues, muchas alabanzas son citas tomadas del libro de Salmos.
Sin embargo, el libro de Salmos contiene no sólo capítulos dedicados a la alabanza,
sino también capítulos que hacen referencia a diversos sufrimientos. Dios desea
mostrar a Su pueblo que aquellos que le alaban son los mismos que fueron
guiados a través de diversas tribulaciones y cuyos sentimientos fueron
lastimados. Estos salmos nos muestran hombres que fueron guiados por Dios a
través de las sombras de la oscuridad; hombres que fueron despreciados,
difamados y perseguidos. “Todas Tus ondas y Tus olas / Pasan sobre mí” (42:7).
No obstante, fue en tal clase de personas en quienes el Señor pudo perfeccionar
la alabanza. Las expresiones de alabanza no siempre proceden de aquellos que no
tienen problemas, sino que proceden mucho más de aquellos que reciben
disciplina y son probados. En los salmos podemos detectar tanto los sentimientos
más lastimeros como las alabanzas más sublimes. Dios echa mano de muchas
penurias, dificultades e injurias, a fin de crear alabanzas en Su pueblo. El
Señor hace que, a través de las circunstancias difíciles, ellos aprendan a ser
personas que alaban en Su presencia.
La alabanza más entusiasta no siempre procede de las personas que están más
contentas. Con frecuencia, tales alabanzas surgen de personas que atraviesan
por las circunstancias más difíciles. Este tipo de alabanza es sumamente
agradable al Señor y recibe Su bendición. Dios no desea que los hombres le
alaben sólo cuando se encuentren en la cima contemplando Canaán, la tierra
prometida; más bien, Dios anhela que Su pueblo le componga salmos y le alabe,
aun cuando anden “en valle de sombra de muerte” (23:4). En esto consiste la
auténtica alabanza.
Esto nos muestra la
naturaleza que Dios le atribuye a la alabanza. La alabanza es, por naturaleza,
una ofrenda, un sacrificio. En otras palabras, la alabanza proviene del dolor y
de los sufrimientos. Hebreos 13:15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios,
por medio de El, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que
confiesan Su nombre”. ¿En qué consiste un sacrificio? Un sacrificio es una
ofrenda, y una ofrenda implica muerte y pérdida. El que presente una ofrenda
debe sufrir alguna pérdida. Toda ofrenda, o sacrificio, deberá ser entregada.
Tal entrega implica sufrir pérdida. El buey o el cordero que usted ofreció, le
pertenecían; pero cuando usted los entregó, cuando los elevó en calidad de ofrenda,
los sacrificó. El hecho de ofrecer algo no indica que habrá ganancia; más bien,
significa que se sufrirá una pérdida. Cuando una persona ofrece su alabanza,
ella pierde algo; ella está ofreciendo un sacrificio a Dios. En otras palabras,
Dios inflige heridas; Él quebranta y hiere a la persona, pero, a su vez, dicha
persona se vuelve a Él ofreciéndole alabanzas. La alabanza ofrecida a Dios a
costa de algún sufrimiento, constituye una ofrenda. Dios desea que el hombre le
alabe de esta manera; Él desea ser entronizado por esta clase de alabanza.
¿Cómo obtendrá Dios Su alabanza? Dios desea que Sus hijos le alaben en medio de
sus sufrimientos. No debiéramos alabar a Dios sólo cuando hemos recibido algún
beneficio. Si bien la alabanza que se ofrece por haber recibido un beneficio
sigue siendo una alabanza, no puede considerarse una ofrenda. Una ofrenda, en
principio, está basada en el sufrimiento de alguna pérdida. Así pues, el
elemento de pérdida está implícito en toda ofrenda. Dios desea que le alabemos
en medio de tales pérdidas. Esto constituye una verdadera ofrenda.
No sólo debemos
ofrecer oraciones a Dios, sino que es menester que aprendamos a alabarle. Es
necesario que desde el inicio de nuestra vida cristiana entendamos cuál es el
significado de la alabanza. Debemos alabar a Dios incesantemente. David recibió
gracia de Dios para alabarle siete veces al día. Alabar a Dios cada día es un
buen ejercicio, una muy buena lección y una excelente práctica espiritual.
Debemos aprender a alabarle al levantarnos de madrugada, al enfrentar algún
problema, al estar en una reunión o al estar a solas. Debemos alabar a Dios al
menos siete veces al día; no dejemos que David nos supere al respecto. Si no
aprendemos a alabar a Dios cada día, difícilmente participaremos del sacrificio
de alabanza al cual se refiere Hebreos 13.
A medida que
desarrollemos el hábito de la alabanza, tendremos días en los que nos será
imposible reunir las fuerzas necesarias para alabar. Puede que hoy, ayer y
anteayer hayamos alabado a Dios siete veces al día, y que le hayamos alabado
con la misma constancia la semana pasada o el mes anterior. Pero llega el día
en que simplemente nos es imposible proferir alguna alabanza. Son días en los
que a uno lo agobia el dolor, la oscuridad total o los problemas más graves. En
tales días, uno es víctima de malentendidos y calumnias, y se encuentra tan
agobiado que, incluso, derrama lágrimas de auto compasión. ¿Cómo es posible que
en tales días podamos alabar a Dios? Es imposible alabarlo debido a que uno se
siente herido, dolido y atribulado. Uno siente que la respuesta más obvia no
consiste en alabar, sino en lamentarse. Se siente que lo más normal sería
murmurar en lugar de dar gracias, y no hay deseos de alabar ni se piensa en
hacerlo. Al tomar en cuenta las circunstancias y el estado en que uno se
encuentra, pensamos que alabar no es lo más apropiado. En ese preciso instante
deberíamos recordar que el trono de Jehová permanece inmutable, que Su nombre
no ha cambiado y que Su gloria no ha mermado. Uno debe alabarlo simplemente por
el hecho de que Él es digno de ser alabado. Uno debe bendecirlo por la sencilla
razón de que Él merece toda bendición. Aunque uno esté agobiado por las
dificultades, Él sigue siendo digno de alabanza; entonces, a pesar de estar
angustiados, somos llevados a alabarlo. En ese momento, nuestra alabanza viene
a ser un sacrificio de alabanza. Esta alabanza equivale a sacrificar nuestro
becerro gordo. Equivale a poner lo que más amamos, nuestro Isaac, en el altar.
Así, al alabar con lágrimas en los ojos, elevamos a Dios lo que constituye un
sacrificio de alabanza. ¿En qué consiste una ofrenda? Una ofrenda implica
heridas, muerte, pérdida y sacrificio. En presencia de Dios, uno ha sido herido
y sacrificado. Delante de Dios, uno ha sufrido pérdida y ha muerto. Sin
embargo, uno reconoce que el trono de Dios permanece firme en los cielos y no
puede ser conmovido; y, entonces, uno no puede dejar de alabar a Dios. En esto
consiste el sacrificio de alabanza. Dios desea que Sus hijos le alaben en todo
orden de cosas y en medio de cualquier circunstancia
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